miércoles, 24 de octubre de 2007

EL MERCADO DE SANTO DOMINGO
















Está claro que los demás notan tu inseguridad. Lo primero que oí cuando llegué al mercado de Santo Domingo y preparé la cámara fue un comentario de la frutera: “vas tarde, tus compañeros estuvieron ayer…”. Me desmoralicé increíblemente. Cualquier foto que se me ocurriese, probablemente, ya la habría hecho otro compañero. Así que nada, guardé la cámara y me dispuse a otear el terreno como una consumidora más. Me hice con aquellos puestos en los que los vendedores tenían cara de simpáticos y con aquellos que ofrecían más posibilidades “originales para fotografiar”. Preparé la cámara en un rinconcito al lado de la floristería y me dispuse a comenzar. “La florista es una chica joven”, pensé, así que me va a ayudar. No me equivoqué… me sonrío y siguió con su trabajo. Arreglaba una bonita planta en ese momento, así que lo aproveché.

Después de echar un vistazo a toda la planta baja, fui hacia los puestos de bacalao, cuando pasaba a la altura de uno de ellos, escuché una voz muy parecida a la de mi madre cuando se enfada: “a mí ni se te ocurra sacarme fotos, ¿eh? Vete a los puestos de mis compañeras, corre, tira”. La señora ni siquiera me miró para dedicarme su antipático, por no decir otra cosa, comentario. ¡Pero si ni siquiera tenía la cámara preparada para disparar, sólo paseaba! Noté como los ojos cada vez se me ponían más brillantes y a la misma velocidad que mi cara se ponía colorada como los mejores tomates de los puestos de frutería, aumentaba mi inseguridad.

Salía por la puerta dispuesta a tomarme algo en la tetería tan maravillosa de la calle Mañueta a ver si así renovaba fuerzas para luego continuar. Salía por la puerta cuando oí como Naiara, compañera de la asignatura y de la carrera, me llamaba. Llegaba con una sonrisa de oreja a oreja, como siempre y con esos ojillos casi cerrados típicos de las 9:30 de la mañana. Venía tan contenta ella, con sus 25 fotos ya hechas y hablándome maravillosamente de Daniel, el dueño de un puestecillo de ultramarinos del piso de arriba. Después de descargarme con la vendedora de bacalao me llevó a un carnicero muy simpático, me dijo, que se disponía a despedazar una enorme ternera. ¡Así era mucho más fácil! Allí la dejé, escuchando los apasionantes secretos del arte de vender carne y me fui a sacar otras fotos.

Encontré lo que buscaba… uno de los puestos más dulces del mercado no podía defraudarme de ninguna manera: pan, pastas y demás dulces. Naiara me propuso pedir permiso a las dependientas para entrar en el puesto y sacarle una foto a ella desde fuera fotografiando la escena. La vendedora más animada de las dos nos propuso algo mejor, que nosotras entrásemos y nos fotografiásemos. En seguida ella se animó y pasamos un buen rato. La vendedora más amable del mercado de Santo Domingo, sin duda.

jueves, 18 de octubre de 2007

...Las mil fotos...

El experimento de las 1000 fotos no pudo llegar en mejor momento… Pasé el puente en Málaga, aprovechando que allí todavía hace sol y se puede disfrutar de algunos paseos por la playa.

Hacer fotos cuando estás en un lugar desconocido y haciendo cosas fuera de tu rutina es genial para coger tu cámara y fotografiar todo aquello que te gustaría guardar como recuerdo. Así que nada, fotografié a diestro y siniestro todo lo que me apeteció…
Bueno, la verdad es que para aquellos que me conocen eso no es algo para nada extraño ya que es muy habitual en mí coger la cámara y hartarme a hacer fotos: en las excursiones, cuando hay paisajes bonitos, cualquier gesto divertido… así que, cuando aparecí con la cámara, lo único que vi fueron miradas de resignación.

La cosa cambió cuando expliqué que la cámara en esta ocasión no tenía carrete. Mis amigos aprovecharon para hacer toda clase de tonterías ante el objetivo y no pararon de pedirme que les enfocara haciendo las cosas más absurdas. Lo cierto es que es una pena haberme perdido algunos de esos momentos que será difícil repetir… pero fue muy divertido al mismo tiempo porque me permitió realizar encuadres ilógicos y composiciones algo inverosímiles…

El lugar me ayudó mucho. En Málaga hay turismo todo el año y resulta cómico intentar fotografiar a los entrañables “guiris” que vienen en busca de sol en situaciones de lo más pintorescas: con sus chanclas acompañadas siempre de calcetines negros, maravillados ante una paella recién hecha, tomando el sol en la playa con sombrilla y nevera, como cualquier día de pleno agosto…

Luego sólo me queda imaginarme el resultado porque realmente no lo voy a ver, pero precisamente por eso, puedo creer que las fotos de ese día son las mejores que voy a hacer nunca.

miércoles, 10 de octubre de 2007

TODOS JUGAMOS










Jugábamos de pequeños a ser mayores. A imitar a papá cuando llega del trabajo y a coger los vestidos, zapatos y collares de mamá para, por un rato, ser ella. Jugábamos con cualquier cosa. El hueco de detrás del sofá era el escondite perfecto y la despensa la casa perfecta en cualquier juego. Cualquier cosa… los charcos de la calle, pasar debajo de las goteras de los canalones de las casas viejas mojándote lo menos posible. La bata del colegio era una estupenda capa de princesa o de rey. Las papeleras del recreo se convertían al instante en el comodín del juego del pilla-pilla. “¡Casa!” gritabas y nadie podía cogerte entonces. Y por no hablar de los juguetes. Si con cualquier objeto de la calle o de tu casa podías pasar largo rato jugando… con los juguetes de verdad, la diversión era para largo tiempo. El juego más inesperado que un día traía cualquier niño del cole a la clase era, al momento, el juguete de moda que todos los niños pedían a sus padres. Y la lista sigue.

Después venía la época de las consolas, aquellos mazacotes que ocupaban la mitad del mueble grande del salón. Luego los ordenadores. La Play y el último juego de la DS son ahora los juegos preferidos de los niños sin duda los niños de ahora juegan de otra manera, pero también juegan.

Y nosotros seguimos jugando. Nos encanta, igual que a ellos, echar de vez en cuanto una partidita a la play. Juegas con tu mascota. Una buena mano de mus con los amigos o cualquier otra tontería que nos hace pasar, en un momento dado un rato divertido, lo que se busca en definitiva con los juegos. Todos jugamos.


miércoles, 3 de octubre de 2007



















El parque del Redín de Pamplona siempre me ha resultado un sitio especial. Desde que tengo uso de razón he paseado por allí y sigo haciéndolo prácticamente todos los días. El parque entero es un lugar precioso donde uno puede disfrutar caminando entre sus árboles. Las infranqueables murallas de Pamplona que lo rodean, se encargan de abrir la vista hacia los barrios periféricos de la ciudad. Entre las murallas están todos los preciosos árboles que hacen que el lugar posea un entorno encantador. Antiguos y altísimos troncos que nos cuentan cuántos años sostienen sobre sus raíces. Cortezas muy gruesas llenísimas de surcos que ha provocado el tiempo.

Dentro del Redín se encuentra un pequeño rincón al que llaman el Caballo Blanco. Hace sólo unos años toda esta parte fue restaurada y ahora es una zona realmente encantadora. Estos árboles, que comparten con Pamplona mucha de su historia campan a sus anchas por el lugar sin ningún orden aparente. La piedra de las murallas y la antigua ermita restaurada y usada como una coqueta cafetería convierten a este rincón en un lugar lleno de historia y que es parte de lo que hoy es Pamplona.

En contraste con la antigüedad que mantiene este rincón podemos asomarnos entre los miradores o por cualquiera de las murallas y a admirar cómo va creciendo Pamplona y se aleja cada vez más hasta que ya ha llegado a las faldas del monte San Cristóbal.

El conjunto hace que el Caballo Blanco sea un lugar muy visitado por todos aquellos que se acercan a Pamplona. Admiran la belleza de estas vistas o se sientan a disfrutar de la tranquilidad que proporcionan los enormes árboles y las inamovibles murallas. Para la gente de Pamplona, y sobre todo para aquellos que como yo vivimos en el casco antiguo de la ciudad es un lugar muy apreciado. Cualquier tarde de primavera, otoño o verano el Redín se llena de niños que corretean entre los árboles, jóvenes que se cobijan en su sombra con su grupo de amigos o personas que se sientan en la terraza de la cafetería a escuchar uno de los conciertos que allí se ofrecen cuando comienzan los días de calor de la primavera.

Yo soy una de estas personas. Me encanta este lugar y como ya he dicho al principio, paseo casi todos los días por aquí con mi perrita Lur. Y nunca pierdo la ocasión de enseñar a quien quiera verlo este parque de Pamplona.